lunes, 17 de mayo de 2021

Sobre los discos de Godspeed

 

El penúltimo disco de Godspeed, Luciferian Towers, me encanta. Lo encuentro alucinante. Recuerdo muy bien la primera vez que lo escuché: había llegado de la pega, eran cerca de las cuatro, el sol entraba por el ventanal. Descargué el disco. Revisé el equipo de sonido y me instalé en el sillón. La luz de la tarde me masajeaba el espinazo. Puse el primer tema y en los minutos iniciales di una vuelta por la habitación. El resto pasó como una tormenta. Como dice el sticker: me dejó chascón.

Todo esto pasó en el departamento de Angol.

El antepenúltimo disco, Mane Swet, me gusta harto, pero no tuve una buena experiencia la primera vez que lo escuché. Tan poco interesante lo encontré cuando salió que no tengo ningún recuerdo de esas primeras impresiones. Viene a mi memoria una conversación en ese tiempo con un tipo, cuyo nombre no recuerdo, pero parece que empezaba con G. Este tipo era el novio de J. Una noche estaba J, G, dos o tres personas más y yo. Yo solo conocía a J, y los otros me parecían todos iguales. Conversamos sobre algunas banalidades y no sé cómo descubrimos que tanto a G como a mi nos gustaba Godspeed, otra banalidad, así que hablamos de eso un rato. Ahí yo le dije que este disco, Asunder, sweet and other distress, no me gustó mucho y él me dijo que tenía que darle una oportunidad, escucharlo con paciencia, ojalá con unos audífonos cototos. En ese tiempo yo tenía unos audífonos rosados a los que había que darle golpecitos para que se escucharan igual en ambos lados, así que no me servían mucho sus consejos, pero igual, meses o años después, recordé eso para volver a escuchar el disco, y empecé a tomarle el gusto. De esa noche particular también es relevante decir que tras nuestra conversación pusimos Godspeed en los parlantes, temas de otros discos, y le echamos a perder la noche a todos los demás.

Todo esto pasó en la casa que está cerca de la San Sebastián.

El disco anterior al antepenúltimo, Dont bend, ascend, me gusta más que el Luciferian Towers, y recuerdo con precisión suiza la primera vez que lo escuché. Lo que pasó ese día es un misterio, pero llegó un punto de la noche en que descubrí que había salido disco nuevo, el primer estreno que me tocaba desde que seguía a la banda, y me lancé a buscarlo y descargarlo. Y cuando estuvo listo, me encerré en la pieza, me puse los audífonos, que estaban, hasta donde recuerdo, buenos, y me tiré en el colchón. La luz estaba apagada. En la pieza del lado mi hermano ya se había echado también. Era cerca de medianoche. Y lo que pasó entre que puse play y que se acabó el disco, fue un misterio gozoso, porque después del último pedacito de boche me levanté eufórico, no entendía de dónde se habían sacado canciones tan buenas. Quedé todo lo que se dice para la corneta. Y lo volví a escuchar, y le di más vueltas, quién sabe hasta qué hora. Entretanto le escribí por facebook a varias personas sobre esto. No tenía ningún control sobre mis actos.

Esto fue en la querida y recordada casa de Ainavillo.

De los discos anteriores puedo decir mucho, pero son otro tema, porque cuando empecé a escuchar a la banda ya habían sido lanzado todos los trabajos previos a los ya mencionados. Fue otro tipo de experiencia que puede ser abordada en otra reflexión.

Del que sí se puede decir algo es del disco que salió en estas semanas, States end. Lo descargué el día en que me enteré. Lo escuché por la tarde, dos veces. Alguna canción un poco más. Y lo he seguido escuchando estas semanas y me pasa, y esto es lo que motiva este texto, que no lo entiendo, no encuentro placer en la forma del disco y me preguntó si será que Godspeed produjo algo desordenado o será que yo no estoy captando el mensaje.

Esta historia de incertidumbre sucede acá.

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