Son
sangre sucia los que solo han visto las películas de Harry Potter y
no se han leído ningún libro, dijo la única niña del grupo. Eso
fue todo lo que alcancé a escuchar y me bastó para reirme durante
casi una cuadra. Cuando ya se me pasaba, miré hacia atrás, los
difusos puntos diminutos en que se habían convertido esos cabritos
que seguían jugando con sus varas de madera y sentí cómo una
carcajada me subía por la garganta para reventarle en la cara a
Antígona, que justo me pilló camino a su casa. Cuál es el chiste,
preguntó. Hablamos sobre aquello algunos metros y luego entramos a
un almacen a comprar paletas. Hoy hace calor, le dije. Pensé que
este verano sería más intenso, pero hay días en que hasta he
sentido frío, agregué mientras quitaba el envoltorio de mi helado.
Particularmente en las noches. De hecho, ni siquiera quité la
frazada de invierno. Es que te estás muriendo y no te has dado
cuenta, dijo ella. Nos sentamos en una banca del parque y conversamos
sobre eso también. Decía notarlo, que me estaba muriendo. Mira,
para ser verano, sigues estando muy blanco. Me huele a vampiro,
sentenció. Evité contarle que llevaba unos tres días encerrado
escribiendo y que solo había salido a comprar un par de veces, tal
vez porque el texto no respondía al tiempo que le estaba invirtiendo
y eso me volvía loco. Pensaba constantemente en él, hasta tenía
pesadillas con los personajes, algunas muy violentas y que me dejaban
alterado durante gran parte de la mañana. Podría haber sido
interesante decirle que llevaba tres días en lo mismo y que tenía,
justamente, una parte que esperaba leyera para tener una opinión al
respecto, pero de lo que había salido, de lo poco que había salido
-uno que otro fragmento o frase decente sobresalían entre parrafadas
extensas que se pisaban la cola y descripciones cumas de lugares
imposibles- no había qué mostrar, menos a ella, que por esos días
andaba más sangrienta que nunca. Sí, le respondí, también me
huele a vampiro, saltando directo a su cuello, cuya fragancia me
había tranquilizado desde el primer segundo en que nos vimos. Al fin
un día decente, pensé cuando todo esto era un recuerdo y podía
verlo con cierta objetividad. Compuesto de materias que soy incapaz
de trasladar a la escritura de la novela. Por eso me remito, ahora
que la medianoche acecha y con ella el sueño y las visitas oníricas
indeseadas, a escribir sobre estos episodios mínimos, estos gestos o
movimientos sutiles, cargados de una fuerza incomparable, tratando de
diseccionarlos y tomar de ellos algo de su esencia. Trasladar
siquiera un pellizco de estos a la novela ya sería un triunfo
absoluto.
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