domingo, 12 de enero de 2020

Colmillos

Son sangre sucia los que solo han visto las películas de Harry Potter y no se han leído ningún libro, dijo la única niña del grupo. Eso fue todo lo que alcancé a escuchar y me bastó para reirme durante casi una cuadra. Cuando ya se me pasaba, miré hacia atrás, los difusos puntos diminutos en que se habían convertido esos cabritos que seguían jugando con sus varas de madera y sentí cómo una carcajada me subía por la garganta para reventarle en la cara a Antígona, que justo me pilló camino a su casa. Cuál es el chiste, preguntó. Hablamos sobre aquello algunos metros y luego entramos a un almacen a comprar paletas. Hoy hace calor, le dije. Pensé que este verano sería más intenso, pero hay días en que hasta he sentido frío, agregué mientras quitaba el envoltorio de mi helado. Particularmente en las noches. De hecho, ni siquiera quité la frazada de invierno. Es que te estás muriendo y no te has dado cuenta, dijo ella. Nos sentamos en una banca del parque y conversamos sobre eso también. Decía notarlo, que me estaba muriendo. Mira, para ser verano, sigues estando muy blanco. Me huele a vampiro, sentenció. Evité contarle que llevaba unos tres días encerrado escribiendo y que solo había salido a comprar un par de veces, tal vez porque el texto no respondía al tiempo que le estaba invirtiendo y eso me volvía loco. Pensaba constantemente en él, hasta tenía pesadillas con los personajes, algunas muy violentas y que me dejaban alterado durante gran parte de la mañana. Podría haber sido interesante decirle que llevaba tres días en lo mismo y que tenía, justamente, una parte que esperaba leyera para tener una opinión al respecto, pero de lo que había salido, de lo poco que había salido -uno que otro fragmento o frase decente sobresalían entre parrafadas extensas que se pisaban la cola y descripciones cumas de lugares imposibles- no había qué mostrar, menos a ella, que por esos días andaba más sangrienta que nunca. Sí, le respondí, también me huele a vampiro, saltando directo a su cuello, cuya fragancia me había tranquilizado desde el primer segundo en que nos vimos. Al fin un día decente, pensé cuando todo esto era un recuerdo y podía verlo con cierta objetividad. Compuesto de materias que soy incapaz de trasladar a la escritura de la novela. Por eso me remito, ahora que la medianoche acecha y con ella el sueño y las visitas oníricas indeseadas, a escribir sobre estos episodios mínimos, estos gestos o movimientos sutiles, cargados de una fuerza incomparable, tratando de diseccionarlos y tomar de ellos algo de su esencia. Trasladar siquiera un pellizco de estos a la novela ya sería un triunfo absoluto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario