Cualquiera
sea la forma del afecto, este cambia nuestra percepción, como ocurre
cuando situamos distintos instrumentos frente a nuestros ojos e
intentamos observar a través de ellos. Así con algunos podríamos
ver cercanas aquellas figuras que en ciertas ocasiones parecen
distantes y con otros nos limitamos, al punto de volverse
imperceptibles los hechos más relevantes. Incluso la presencia o
movimientos del objeto de deseo, supuesto motor de este espíritu,
puede ser menos que un fantasma en ciertos momentos de ensoñación.
Por lo que podemos entender que lo ocurrido ese día no fue solo un
descuido, sino también una consecuencia, del tiempo, de sus
pensamientos, de sus necesidades y anhelos. Todo conjugó para que
ocurriera de esa manera y no había qué hacer, por más que Diana y
Héctor buscaran en su propio recuerdo el punto exacto en que
pudieron cambiar la historia. Y al encontrarlo se endilgaran,
aceptando el castigo, toda responsabilidad y culpa.
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