sábado, 9 de marzo de 2019

Emesis

8
Los últimos meses han sido una pesadilla y, como tal, han parecido eternos. Recuerdo días plácidos, cuando apenas éramos jóvenes y enfrentábamos la vida con una levedad envidiable, con la certeza de que esta no ofrecería mayores obstáculos que los ya superados. Aunque desee con todas mis fuerzas volver a esos momentos, no ocurrirá. No están las condiciones e intentar recrearlas mediante tretas y artificios, derivó en una horrible serie de eventos que, a pesar de lo simpático que parecieron en un principio, no dejaron más que un manto de penurias sobre el que no queda más que recostarse. Cerrar los ojos y esperar que empiece a llover.
Mara, las primeras semanas, se mostró receptiva ante mis inocentes aventuras con Carmen: las conversaciones anodinas, los encuentros en bares o galerías, los mensajes imprevistos. Pero después, cuando todo indicaba que la casualidad no obraba en cada evento que compartía con Carmen, y la conexión -más todo lo que originaría- era evidente a todos, Mara dio un paso al costado y pareció olvidarse del tema. Entonces, ante mi sorpresa, abandonó lentamente los espacios que solíamos ocupar. Ni una mueca cuando se enteró del primer beso, ni media palabra sobre las noches que pase fuera o el aroma de Carmen impregnado en mis camisas, tan poderoso que viciaba el aire de nuestra habitación, ahogándome. El punto cúlmine de esta indiferencia llegó la tarde en que Carmen apareció en la puerta de nuestro departamento y sin mediar palabras se abalanzó sobre mí y me llenó de besos, alertando que en cualquier momento se desataría una tormenta de lujuria, sin importar que unos metros más allá Mara permanecía en un sillón, leyendo una revista de modas o cine. Cualquiera fuera el tema de la revista, resultó más interesante, pues en ningún momento apartó la vista, aun con el escándalo que provocó esta inesperada aparición.
Unos días más tarde le advertí a Carmen que este tipo de eventos no se podía repetir, indicándole que, a pesar de todo, Mara seguía siendo mi pareja. Ella esbozó una sonrisa, aceptó mis palabras y cambió velozmente el tema, llevándome por agradables parcelas, cuyo tránsito me permitió olvidar cierta angustia que ya empezaba a ser patente.
Otros días más tarde Mara desapareció, pero volvió pasado un tiempo. Sus palabras, que mucho antes me habían abandonado, reaparecieron fugazmente, sorprendiéndome la fuerza de su voz, cuyos tintes ya casi no recordaba. De a poco se volvió un fantasma dentro del departamento. No tenía idea de qué iba su vida, qué hacía, qué pasaba por su cabeza. Una tarde salió con un bolso lleno de ropa, de seguro pesaba más de diez kilos, lo noté por el esfuerzo que realizaba al levantarlo. Volvió con él vacío, cargándolo sin dificultad en su espalda, que se erguía poderosa. Así, tarde a tarde, se fue despidiendo, gradualmente, del lugar que habitamos. Ante esto, no pude decir ni hacer nada. Observaba paralizado.
Para cuando el lugar estuvo vacío y ya no me cabía duda de que no volvería, llamé a Noel, en quien podría, de seguro, encontrar palabras que cargaran mi ánimo. La comunicación se cortó tras un par de pitazos y al reintentar llamarlo, el resultado fue el mismo. Entonces, revisando mis contactos, sintiendo desolación tras cada nombre que pasaba, llegué al de Carmen, que sin pensarlo dos veces, presioné. La llamada estaba en curso. Dos pitazos más tarde escuché su voz en el auricular, su dulce voz que denotaba una alegría difícil de medir, por completo ajena a mi situación, la que me costó interpretar. De forma egoísta, pensé, entonces, que se trataba de pura dicha ante la posibilidad de un encuentro amoroso, pero luego, semanas más tarde, cuando la pesadilla ya se había desatado, me di cuenta que era una advertencia.
9
Bastaron un par de días para que Carmen se viniera a vivir al departamento. Las primeras noches nos desatamos de una forma excepcional, como si no hubieran barreras físicas. Como animales hambrientos y en frente tuviéramos la presa, nos lanzamos uno sobre el otro, dispuestos a destruirnos, a arrancarnos la carne con los dientes, sin miedo a lo que podría pasar más tarde. Esas jornadas de intensidad mantuvieron mis sentidos alerta. Dediqué horas completas, contando cada segundo, a contemplar la hermosa figura de Carmen, lo que desvió mis pensamientos de la pesadumbre que antes me aquejó. Pero, una vez que nos agotamos, aquellos pensamientos volvieron. Hay un fantasma en esta casa, dijo ella, y nos quedamos mirando una esquina oscura de la habitación, en absoluto silencio.
Nuestra rutina fue ganando fuerza. Es inevitable, pensé. Compramos un par de muebles, caminamos por el centro de la ciudad, nos tomamos un mojito en el bar que está a la onda. Miramos a otras parejas. Carmen tras sus enormes gafas, cotejando la realidad, intrigada. Yo, a su lado, sorbiendo otro trago, haciendo visera con mis manos y tratando de reconocer a quienes pasan a la distancia. Nadie que conozcamos, me dijo. Me pregunto, le dije sin pensar, qué será de Mara. Ella me miró con curiosidad y me preguntó quién era Mara. Mi ex esposa, le aclaré. Aclarando su rostro con una sonrisa compasiva, me preguntó: ¿otra vez lo mismo? Al no entender su expresión, la miré con detenimiento, advirtiendo, temeroso, lo que vendría, incapaz de detener sus próximas palabras. Nunca has estado casado, cabeza de pollo, dijo ella. Tienes demasiada imaginación, mi amor.

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