8
Los
últimos meses han sido una pesadilla y, como tal, han parecido
eternos. Recuerdo días plácidos, cuando apenas éramos jóvenes y
enfrentábamos la vida con una levedad envidiable, con la certeza de
que esta no ofrecería mayores obstáculos que los ya superados.
Aunque desee con todas mis fuerzas volver a esos momentos, no
ocurrirá. No están las condiciones e intentar recrearlas mediante
tretas y artificios, derivó en una horrible serie de eventos que, a
pesar de lo simpático que parecieron en un principio, no dejaron más
que un manto de penurias sobre el que no queda más que recostarse.
Cerrar los ojos y esperar que empiece a llover.
Mara,
las primeras semanas, se mostró receptiva ante mis inocentes
aventuras con Carmen: las conversaciones anodinas, los encuentros en
bares o galerías, los mensajes imprevistos. Pero después, cuando
todo indicaba que la casualidad no obraba en cada evento que
compartía con Carmen, y la conexión -más todo lo que originaría-
era evidente a todos, Mara dio un paso al costado y pareció
olvidarse del tema. Entonces, ante mi sorpresa, abandonó lentamente
los espacios que solíamos ocupar. Ni una mueca cuando se enteró del
primer beso, ni media palabra sobre las noches que pase fuera o el
aroma de Carmen impregnado en mis camisas, tan poderoso que viciaba
el aire de nuestra habitación, ahogándome. El punto cúlmine de
esta indiferencia llegó la tarde en que Carmen apareció en la
puerta de nuestro departamento y sin mediar palabras se abalanzó
sobre mí y me llenó de besos, alertando que en cualquier momento se
desataría una tormenta de lujuria, sin importar que unos metros más
allá Mara permanecía en un sillón, leyendo una revista de modas o
cine. Cualquiera fuera el tema de la revista, resultó más
interesante, pues en ningún momento apartó la vista, aun con el
escándalo que provocó esta inesperada aparición.
Unos
días más tarde le advertí a Carmen que este tipo de eventos no se
podía repetir, indicándole que, a pesar de todo, Mara seguía
siendo mi pareja. Ella esbozó una sonrisa, aceptó mis palabras y
cambió velozmente el tema, llevándome por agradables parcelas, cuyo
tránsito me permitió olvidar cierta angustia que ya empezaba a ser
patente.
Otros
días más tarde Mara desapareció, pero volvió pasado un tiempo.
Sus palabras, que mucho antes me habían abandonado, reaparecieron
fugazmente, sorprendiéndome la fuerza de su voz, cuyos tintes ya
casi no recordaba. De a poco se volvió un fantasma dentro del
departamento. No tenía idea de qué iba su vida, qué hacía, qué
pasaba por su cabeza. Una tarde salió con un bolso lleno de ropa, de
seguro pesaba más de diez kilos, lo noté por el esfuerzo que
realizaba al levantarlo. Volvió con él vacío, cargándolo sin
dificultad en su espalda, que se erguía poderosa. Así, tarde a
tarde, se fue despidiendo, gradualmente, del lugar que habitamos. Ante
esto, no pude decir ni hacer nada. Observaba paralizado.
Para
cuando el lugar estuvo vacío y ya no me cabía duda de que no
volvería, llamé a Noel, en quien podría, de seguro, encontrar
palabras que cargaran mi ánimo. La comunicación se cortó tras un
par de pitazos y al reintentar llamarlo, el resultado fue el mismo.
Entonces, revisando mis contactos, sintiendo desolación tras cada
nombre que pasaba, llegué al de Carmen, que sin pensarlo dos veces,
presioné. La llamada estaba en curso. Dos pitazos más tarde escuché
su voz en el auricular, su dulce voz que denotaba una alegría
difícil de medir, por completo ajena a mi situación, la que me
costó interpretar. De forma egoísta, pensé, entonces, que se
trataba de pura dicha ante la posibilidad de un encuentro amoroso,
pero luego, semanas más tarde, cuando la pesadilla ya se había
desatado, me di cuenta que era una advertencia.
9
Bastaron
un par de días para que Carmen se viniera a vivir al departamento.
Las primeras noches nos desatamos de una forma excepcional, como si
no hubieran barreras físicas. Como animales hambrientos y en frente
tuviéramos la presa, nos lanzamos uno sobre el otro, dispuestos a
destruirnos, a arrancarnos la carne con los dientes, sin miedo a lo
que podría pasar más tarde. Esas jornadas de intensidad mantuvieron
mis sentidos alerta. Dediqué horas completas, contando cada segundo,
a contemplar la hermosa figura de Carmen, lo que desvió mis
pensamientos de la pesadumbre que antes me aquejó. Pero, una vez que
nos agotamos, aquellos pensamientos volvieron. Hay un fantasma en
esta casa, dijo ella, y nos quedamos mirando una esquina oscura de la
habitación, en absoluto silencio.
Nuestra
rutina fue ganando fuerza. Es inevitable, pensé. Compramos un par de
muebles, caminamos por el centro de la ciudad, nos tomamos un mojito
en el bar que está a la onda. Miramos a otras parejas. Carmen tras
sus enormes gafas, cotejando la realidad, intrigada. Yo, a su lado,
sorbiendo otro trago, haciendo visera con mis manos y tratando de
reconocer a quienes pasan a la distancia. Nadie que conozcamos, me
dijo. Me pregunto, le dije sin pensar, qué será de Mara. Ella me
miró con curiosidad y me preguntó quién era Mara. Mi ex esposa, le
aclaré. Aclarando su rostro con una sonrisa compasiva, me preguntó:
¿otra vez lo mismo? Al no entender su expresión, la miré con
detenimiento, advirtiendo, temeroso, lo que vendría, incapaz de
detener sus próximas palabras. Nunca has estado casado, cabeza de
pollo, dijo ella. Tienes demasiada imaginación, mi amor.
caezaepollo
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