sábado, 30 de marzo de 2019

Bielsa

Contemplar la palidez del amanecer impulsó al presente algunos de sus recuerdos más profundos. A la par que las micros transitaban a gran velocidad frente a él, perdiendo su forma -volviéndose líneas horizontales policromáticas- también lo hacían imágenes que habían permanecido guardadas cuidadosamente, como si de un tesoro inapreciable se tratara. O como si en ese tesoro se escondieran, también, serpientes de letal mordedura.
Pestañeó un par de veces, movimiento instintivo que buscaba alejarlo de lo venidero. Esfuerzo estéril, infructuoso. Porque las imágenes, en un principio difusas, se volvían tan nítidas que daba la impresión de estar transportándose al mismo momento en que todo había ocurrido. Lento desaparecía el paradero, los escolares que esperaban en él, la mujer que corría intentando alcanzar un taxi y el tipo que recogía las primeras mugres del día. En su lugar, un prado junto a la laguna. Las ondas hipnóticas de esta y el calor que solo puede provenir del ser amado.
Había pasado mucho desde aquello, tanto que parecía la vida de otras personas. Menos grises, más valientes.
Sin importar cuánto revolvía sus cabellos el viento, siempre terminaba viéndola a través de aquel desorden, en el que, preso de un hechizo, identificaba patrones que luego lo inspiraban a escribir hermosas canciones sobre la vida de la tierra.
Ciertos eventos añaden una fuerza desbordante a recuerdos de tiempos que entonces nos parecieron poco más que llamativos.
Estiró su brazo intentando alcanzarla, tocar su rostro. Quería tenerla más cerca. Contarle tantas cosas. Extendió cada dedo de su mano y, en un giro brusco de su muñeca, la imagen cambió por completo. La visita acababa. Una micro frente a él abría sus puertas. El tiempo, que se permitió olvidarlo por un rato, lo devolvía al camino pedregoso y le explicaba, de manera sutil, la naturaleza de sus decisiones.
Acariciaba su cabeza, apoyada en el respaldo del asiento delantero, que vibraba, y lo dejaba descansar un momento. Con una voz de arrullo, ya cerca de su destino, le hablaba sobre las infinitas posibilidades del siguiente momento.

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