lunes, 29 de octubre de 2018

Hablé opaco

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El lunes pasado nos enteramos que habían despedido a uno de los tipos que se incorporaron a la empresa a finales de 2017, un tal Salinas. Nunca supe mucho sobre él. Tal vez cruzamos palabras un par de veces, pero nada sustancial, al punto de que no llegué a notar su ausencia hasta el día en que otro colega, quien me hablaba sobre cualquier cosa, mencionó su despido y acompañamos a esta revelación, quienes escuchábamos la historia, algunas frases prefabricadas sobre lo terrible que era encontrarse con esos días en que tu ocupación principal desaparecía, asumiendo, claro, que este tipo Salinas no hacía nada más en su vida que trabajar. Una lástima, pobre ser. Qué se yo. Luego olvidamos el tema y seguimos nuestra conversación, recorriendo unos espacios igual de insustanciales y otros, los menos, casi imperceptibles, llenos de piedras filosas, de esos que la mayoría intenta evitar, pero yo, como si me sobrara valentía, encaro transparente como el agua de una vertiente cordillerana.

Eso fue el lunes. El resto de la semana pasó como las otras, tan veloz que pareció no afectarme, aun cuando, como todos sabemos, mermó un poco más mi voluntad y me entregó pequeñas lecciones cuyo valor no apreciaría jamás en la vida, pues cada experiencia, por banal que parezca, alimenta un fuego cuyo tamaño solo se nos evidencia mayor o menor cuando sobre él se sumergen grandes leños o recibe el azote del invierno. Para mí esa semana, respetando puntualmente una rutina, alcanzando metas que no afectaron mi ánimo, alimentándome como siempre, yendo al cine y escuchando música, besándote por la noche hasta descubrir en el cansancio la excusa para nuestra distancia; esa semana, todo lo que pasó esa semana, no fue más que la astilla de una astilla. Y se fue, para dar paso a otra, que como un calco de la anterior nos entregaba en sus momentos primigenios una revelación: el recuerdo de Salinas desaparecía a una velocidad espectacular: donde estaba su escritorio, vacío por algunos días, reposaba una cartera azul de finísimas terminaciones, fabricada a mano, posiblemente pertenecía a la colección de algún artesano local, y de ella asomaba una carpeta, azul también, que contenía, según lo que se alcanzaba a ver, documentos cuyo contenido era imposible determinar. Me quedé un rato mirando la escena, con la sensación de enfrentarme a una situación incompleta que en breve perdería esa condición. Observé y esperé, sabiendo, claro, cuál sería el evento que cerraría este acontecimiento, lo que no me impidió sentir cierto nerviosismo, como si frente a mi tuviera un misterio absoluto cuya resolución dependía de cualquier fuerza ajena a mis posibilidades. Entregado, seguí observando, hasta que el movimiento y las voces provenientes de más allá aumentaron, acusando una distancia que disminuía hasta casi desaparecer, y se instaló frente a mi un grupo de personas que no reconocí, pues toda mi atención se posó en una mujer que más o menos tenía mi edad, que levantaba su cartera al tiempo que acomodaba sus breves cabellos tras la oreja derecha y sonreía a quienes la acompañaban, dejando escapar una luminosidad tan fuerte en su expresión, que te cegaba y en fracciones de segundo transportaba tus pensamientos a una dimensión, de plácidos tonos rojizos, en cuyo centro estaba ella.

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No usé las mismas palabras cuando se lo dije a Mara, a riesgo de parecer bobo o delatarme, pero traté de causar un efecto similar al que creo se lleva el lector en este momento, siendo, por supuesto, más sutil. Pasé algunas imágenes por varios cedazos y, habiendo terminado la historia, esperé sus comentarios o cualquier expresión que me diera pistas sobre qué le parecía este acontecimiento. Mara, como era de esperar, hilvanó frases toscas, con un par de monosílabos, que daban a entender lo poco que le interesaba todo esto. Creí, de todas formas, que había picado siquiera un adoquín de su gélido corazón, del que, con tiempo y dedicación, podría abrir grietas profundas que me llevaran a reencontrar aquello que enterró cuando empezó a olvidarse de nuestras promesas.

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